Pablo García Baena. Rama fiel para Bernabé.

Para Bernabé

¿Servirá este rasado terciopelo burdeos
para lucir el dije, el lujo de las ágatas
en el perfil ausente del camafeo, la ceca
del vellón y la taza de la monja de Ágreda?

¿Y quedará completo el anaquel con vidrios
de Castril y la herrumbre del llanto en lacrimarios?
¿Desplegará el marengo su red, como verónica
en el garbo caliente de la arcilla andaluza?

¿Estará ya la cámara? ¿Y el cuadro de Jaraba
donde, mediterránea, pasea una Albertine
con el quitasol rojo en la órfica siesta
de un mar que se amorata de vivas buganvillas?

¿Y podrán mis palabras desvaídas, confusas
como ramo de lilas pintado en un espejo
romántico, copiar una vida, jardines
de los días ardiendo, breves, leves, fugaces?

***

¿Podrías? Ya está cerca tu noche. Y la frontera.
Si una voz te invitara: «Acompaña el viaje
de todo lo que amaste, como en antiguas tumbas»,
¿salvarías del silencio la belleza, el amor?

La belleza: el Auriga, el Poseidón. No. Aquel
muchacho de Muñices en la azuda de Martos.
El amor… Una brasa encandeciendo muerte
pero sólo aquel nombre que hizo amarga tu vida.

La libertad también: una bruma elevándose.
Y tu ciudad: la calle de tapias monacales
con pasos que se alejan en la acera al ocaso
y el recuerdo extendiendo su mano en la limosna.

Y la amistad te queda. Qué yedra de cariño
sonando como arpa por las escalinatas,
por los lirios que abren florones medievales
cuando Bernabé sube a los Campos Elíseos.

***

¿Servirá el terciopelo? ¿Servirán las palabras?
Paciente va ordenando el tiempo en el bargueño:
las cartas de Luis y la llave de Emilio…
Esta hortensia de invierno para asombro de Irene.

¿No será todo humo? En los altos estantes
se alinean los libros, biográficos cofres
de poetas que cuerpos y laureles creyeron
verdes y eternos como los ojos de Atenea.

No será todo humo. Su mano va posándose
en la lúcida copa que un capelo decora,
el nácar de un nautilus, el carnet de unos valses
y los dora, sereno, en su melancolía.

Está la puerta abierta. Llega hasta la terraza
la música del mar, sus flabelos lejanos,
y entre los balaustres y el jarrón de las pérgolas
la tarde ofrenda fieles guirnaldas fugitivas.

Autor del audio: El propio autor del poema

Audio procedente de ACEC

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