Luis García Montero. Madre

Dentro de nada,
cuando me den permiso
las estúpidas fieras de mi tiempo,
cumpliré una palabra que nunca me pediste.
Te llevaré a París.

Porque tal vez, entonces,
en los Campos Elíseos
o en las aguas del Sena,
con Nôtre Dame al fondo o con la Torre Eiffel,
veré de nuevo el brillo
más joven de tus ojos,
la luz adolescente
que baja del tranvía
con bolsas y comercios y saludos
y poco más de veinte años.

Hoy te recuerdo así,
como los días sin colegio,
bandera hermosa de un país difícil,
lluvia delgada de los sábados.

Nunca guardaste mucho para ti.
Ni siquiera una noche,
una ciudad o un viaje.
Tu tiempo se sentaba en nuestra mesa
y había que partirlo como el pan,
entre tus hijos y tu miedo.
Seis veces el temor
a que la enfermedad, el vicio o la desgracia
se quisieran sentar en nuestra mesa.

No vayas a salir, a dónde vas ahora,
hay que tener cuidado
con los amores y las carreteras,
deja ya la política.
Y sin embargo
lo que no te atrevías a pedir
duerme en el corazón de cada uno.

Porque el amor se hereda
como un abrigo sin botones,
y a mí me gustaría acompañarte
por los pasillos del museo,
más obediente y repeinado,
para encontrar en la Gioconda
el sueño y la sonrisa
de un carné de familia numerosa.

Te llevaré a París
o a la ciudad que duerme
en las tazas de te de tus meriendas,
con tu cristalería
de familia burguesa
y más aspiraciones que dinero,
con tus dientes manchados de carmín,
con tus estudios de Filosofía
y Letras, je m`appelle
Elisa, j`ai cherché
la lune, la mer, la vie,
la pluie, mon coeur,
y todo se interrumpe.

Sólo somos injustos de verdad
cuando sabemos que el amor
no pasará factura.
Pero el cauce sin agua
también puede llegar a desbordarse,
como los ríos de Granada,
y a tu lado me busca
esta vieja nostalgia de ser bueno,
de no ser yo,
de conocer al hijo que mereces.

Te llevaré a París. En mi recuerdo
has aprendido algo
de lo que te olvidaste en la vida:
pedir por ti, andar por tus ciudades.
Rafael Alberti
Así
como pasabas
en el amanecer
de la mitología a los teléfonos
para llamar de pronto,
o de las multitudes al desorden
solitario y esquivo de tu cuarto
en la calle Princesa,
pasas también ahora
de la muerte a la vida,
de los recuerdos al estar aquí,
habitando la mesa donde escribo.
En su rincón más nuestro,
ese que no depende del pasado,
la memoria es azul, y callejera,
y pura realidad, como los versos
que convierten el mar en la nevada
y los ríos de tinta en un amanecer
para que cante el gallo sobre el reino
de la metamorfosis.
Hablamos del amor y la poesía,
tal vez porque este cielo ha decretado
un violeta de Bécquer sobre el mundo,
que guardas en tu voz
como en las páginas de un libro.
Orgulloso de ti,
prefiero los aciertos a la mediocridad
del que cuenta los días y las sílabas
para evitar errores.
Los que han amado mucho
no desmienten su amor
con una mala boda.
Los que escriben poemas necesarios
continúan ardiendo
sobre la leña seca de los libros.
Da igual la perfección,
la irregularidad o la abundancia.
Orgulloso de mí,
vuelvo a ser el muchacho
que te ha visto llegar desde la historia,
con tu mitología
de poetas, república y exilios.
Y llamas por teléfono,
y preguntas la hora,
y sugieres la cita,
conmigo mano a mano,
busquemos otros montes y otros ríos,
para comer al sol de las afueras.
En aquel restaurante del pinar
han subido los precios.
Ahora no puedes invitarme.
Pago la cuenta solo,
pero volvemos juntos en el coche,
y te quedas dormido
sobre el último verso de algún clásico,
o quizás en la cumbre de una rama.
Una vez más me siento el elegido,
mientras el día se disuelve
en el retrovisor
como la inspiración en un poema.

Luis García Montero, Inédito

Autor del audio: El propio autor del poema

Audio procedente de ACEC

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