El siglo XVIII. Prosa ilustrada

LA PROSA ILUSTRADA

BENITO JERÓNIMO FEIJOO: LA CURIOSIDAD SIN LÍMITES

El fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) es uno de esos raros casos de escritores en los que se cumple simultáneamente su condición de precursor de nuevos tiempos e ideas con la de autor consagrado de ese mismo movimiento que anticipa. Su labor enciclopédica fue inmensa, y aunque no se puede esperar de su obra una profundización excesiva debido a la amplitud de la temática, supuso una renovación radical del panorama intelectual español en la segunda mitad del reinado de Felipe V (a partir de 1725).

Prácticamente no abandonó su Asturias natal en toda su vida, lo cual no le impidió estar al tanto de los adelantos y nuevas teorías ilustradas que circulaban por Europa, a los que accedió a través de numerosos libros. Tuvo numerosos problemas con otros escritores, autoridades y clérigos de la época, que no compartían sus puntos de vista acerca de la ciencia, la interpretación de la religión o cuestiones filosóficas,    incluso llegó a ser denunciado ante la Inquisición por aquellos que veían en las nuevas teorías una amenaza para su posición social o para el orden establecido.

Feijoo, con todo, acabó siendo ampliamente reconocido como uno de los grandes intelectuales del momento, y su nombramiento como consejero real por Fernando VI acabó con todos los recelos que provocaba el benedictino entre sus contemporáneos más conservadores. Sus obras más importantes fueron:

  • Teatro crítico universal: comenzó a publicarse en 1726, y culminó en 1739 con la publicación de su noveno volumen. A lo largo de esta extensa obra ensayística Feijoo insiste en lo que serán los grandes temas de su obra: la lucha contra las supersticiones, los horóscopos, contra una fe cristiana basada en falsos milagros y en la adoración absurda a las reliquias, la defensa de principios científicos aplicados a las Matemáticas o la Física y, en fin, multitud de temas tanto científicos como de actualidad en los que su vocación de ensayista se vio plenamente colmada en este género dieciochesco por excelencia. Supo compatibilizar igualmente su sabiduría científica con una profunda fe cristiana.
  • Cartas eruditas y curiosas (1742-1760): se trata de cinco volúmenes que buscan, al igual que en el Teatro…, combatir los errores populares más frecuentes, esta vez con formato de carta, en un claro intento por educar al pueblo –y a todos los que quisieran escucharle- e intentar dar la luz del siglo a quienes vivían en la oscuridad de las costumbres y las creencias más ignorantes.

GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS: EL PRESTIGIO DE LA ILUSTRACIÓN

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) ocupa, junto con Feijoo, el lugar más destacado dentro de la prosa ensayística ilustrada. Su labor fue incansable, y escribió sobre cuestiones económicas, de agricultura, de espectáculos públicos, industria y costumbres, hábitos y políticas ciudadanas, educación, entre otros muchos temas… Ejemplifica, en este sentido, el saber enciclopédico característico de los ilustrados del reinado de Carlos III.

Nace en Gijón en 1744 dentro de una familia acomodada. Estudia Leyes, y desempeña la magistratura en Sevilla y Madrid. Perteneció a las más importantes Sociedades de Amigos del País y Academias de la época, y para estas instituciones publica algunas de sus más importantes obras. Caído en desgracia con Carlos IV, que desconfiaba de los ilustrados por considerarlos cercanos a los revolucionarios franceses, es nombrado con posterioridad ministro de Justicia con el mismo monarca. Comenzada la Guerra de la Independencia, se incorpora a la Junta Central en apoyo de los patriotas sublevados. Muere poco antes de acabar la Guerra en 1811. Sus obras más importantes, casi todas ellas dentro del género del ensayo, son:

  • Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas: en este memorial propone Jovellanos una actitud mucho más liberal respecto a las diversiones populares, alejándose de posiciones conservadoras y puritanas. Igualmente, defiende el valor pedagógico y formador del teatro, en la línea de los principales autores neoclásicos.
  • Informe sobre la Ley Agraria: critica Jovellanos en este ensayo la acumulación de tierras en manos de nobles, así como las leyes que impiden el desarrollo de la economía rural, la endémica falta de cultura de los campesinos y la necesidad de la puesta en circulación de las tierras existentes, aunque sea mediante expropiaciones a la Iglesia y a grandes terratenientes improductivos.

La prosa de Jovellanos se caracteriza por su sencillez, su claridad, su tono pedagógico (el tema docente fue una de sus constantes en sus escritos), como se muestra en su Memoria sobre la educación pública, aunque tampoco está libre de cierta emoción íntima ante paisajes y situaciones –como se puede apreciar en sus Diarios- que anticipa el Romanticismo.

Baste como ejemplo de la actividad ensayística de Jovellanos y de su claridad y sencillez expositiva, este fragmento del texto Sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias, en el que, a propósito de la excesiva subdivisión de los estudios científicos en el país, critica el cansancio y aburrimiento que se provoca en los estudiantes:

Así es como se le prolonga [a la juventud] el camino de la sabiduría, sin acercarla nunca a su término; así es como en vez de amor, le inspiramos tedio y aversión a unos estudios en que se siente envejecer sin provecho; y así también como se llena, se plaga la sociedad de tantos hombres vanos y locuaces que se abrogan el título de sabios, sin ninguna luz de las que alumbran el espíritu, sin ningún sentimiento de los que mejoran el corazón.

JOSÉ CADALSO: NUEVAS SENSIBILIDADES

José Cadalso (1741-1782) ejemplifica bien a las claras la ambigüedad de la prosa ilustrada, estéril en cuanto a lo que hoy consideramos novela, pero rica en contenidos ensayísticos –como Jovellanos- y epistolares –como Cadalso-, siguiendo este último una tradición dialogada que se remonta muy atrás en la literatura española y que, al tiempo, recoge el género de Montesquieu, autor francés ilustrado de principios de siglo.

Educado en el extranjero y en el Seminario de Nobles de Madrid, se inclinó finalmente por su vocación militar, y participó activamente en las tertulias literarias más importantes del momento –como la de Salamanca, con Jovellanos, o la de la Fonda de San Sebastián en Madrid junto con Moratín (padre) . Después de pasar por distintas situaciones de aprecio o desapego oficial, en los que alterna campañas militares con destierros forzosos, muere en el asedio a Gibraltar a la edad de cuarenta y un años.

Sus dos obras más conocidas en la actualidad, Cartas marruecas y Noches lúgubres, no fueron publicadas en vida del autor, que conoció un éxito rotundo con Los eruditos a la violeta (1772), una obra satírica que ridiculizaba a aquellos que querían presumir de cultos e intelectuales sin tener la formación adecuada, además de criticar los usos educativos del momento y su superficialidad. La referencia a la violeta tenía que ver con el perfume usado por los petimetres, jóvenes bien situados socialmente pero que carecían de más valores intelectuales que los de querer estar a la última moda francesa, fuese en su vestimenta o en los títulos más conocidos o vendidos en el país vecino que, por supuesto, no habían leído ni entendido.

  • Cartas marruecas (1789): se trata de la correspondencia mantenida entre tres personajes –dos marroquíes y un español-acerca de las impresiones de uno de los árabes, llamado Gazel, sobre la sociedad y la vida cotidiana de la España del siglo XVIII. El modelo se encuentra en Montesquieu y sus Cartas persas, de las que Cadalso tomó un formato que le permitía salir de la realidad española para adoptar un punto de vista –el de Gazel, de viaje por España- que facilitaba la crítica y la extrañeza ante unas costumbres y usos atrasados o contrarios al progreso para la mentalidad ilustrada. Los personajes, la excusa general para las cartas, son ficción, no así los hábitos y tradiciones que Cadalso pone en cuestión desde la más característica postura moderna para el siglo, la de buscar la utilidad, el bien común y la mejora de las condiciones de vida física e intelectual de los españoles.
  • Noches lúgubres (1789-1790): se trata de una obra que tiene su génesis en el apasionado romance que vivió Cadalso con la actriz María Ignacia Ibáñez. Fallecida ésta de tifus a los veinticinco años, el desconsuelo del autor fue enorme, y se halla en la base de la obra, un conjunto de monólogos y situaciones dialogadas que anticipa el Romanticismo por temática y ambiente: un joven que acaba de perder a su amada proyecta desenterrar su cadáver para luego suicidarse. Las escenas en el cementerio, el ambiente nocturno y lúgubre y las pasiones desatadas por un amor perdido preparan el camino de los románticos, si bien en el propio seno de la Ilustración había aparecido desde un principio esta vertiente sentimental y emocional unida a la propia naturaleza del hombre.

Uno de los argumentos frecuentes en la obra de Cadalso, como en la de tantos ilustrados, es la falta de preparación y la ineptitud cultural y productiva de algunos nobles. Así lo muestra en la carta LXVII (De Nuño a Gazel) de las Cartas marruecas:

Noticias de literatura, que tanto solicitas, no tenemos estos días; pero en pago te contaré lo que me pasó poco ha en los jardines del Retiro con un amigo mío (y a fe que dicen es sabio de veras, porque aunque gasta doce horas en cama, cuatro en el tocador, cinco en visitas y tres en el paseo, es fama que ha leído cuantos libros se han escrito, y en profecía cuantos se han de escribir (…). Este tal, trabando conversación conmigo sobre los libros y papeles dados al público en estos años, me dijo: -He visto varias obrillas modernas así tal cual -y luego tomó un polvo y se sonrió; y prosiguió: -Una cosa les falta, sí, una cosa. -Tantas les faltará y tantas les sobrará… -dije yo. -No, no es eso -replicó el amigo (…): -Una sola, que caracterizaría el buen gusto de nuestros escritores. ¿Sabe el señor don Nuño cuál es? -dijo, dando vueltas a la caja entre el dedo pulgar y el índice. -No -respondí yo lacónicamente. -¿No? -instó el otro. -Pues yo se la diré. Les falta – dijo con magisterio-, les falta en la cabeza de cada párrafo un texto latino sacado de algún autor clásico, con su cita (…); con esto el escrito da a entender al vulgo, que se halla dueño de todo el siglo de Augusto materialiter et formaliter. ¿Qué tal? Y tomó doble dosis de tabaco, sonriose y paseó, me miró, y me dejó para ir a dar su voto sobre una bata nueva que se presentó en el paseo.

LA PRENSA ILUSTRADA

Nunca estrictamente considerado como una rama de la literatura, el periodismo arranca en el siglo XVIII con la aparición del primer periódico de edición diaria (El diario curioso, Erudito… de 1758) y, más adelante, con otros títulos que serán instrumentos de la erudición y la curiosidad ilustrada.

Tres son los principales ejemplos de esta prosa periodística, destinada al consumo rápido de unos lectores que eran, en su mayoría, burgueses, funcionarios, militares, etc. En primer lugar, el Diario de los literatos (1737), una publicación que daba cuenta de las novedades bibliográficas españolas y, en menor medida, europeas del momento. El Pensador (1762) consistía en un largo ensayo por número sobre temática costumbrista. Pero es sobre todo El Censor (1781) la gran revista ilustrada; quincenal, colaboraron en ella Jovellanos, Meléndez Valdés, Samaniego, y otros grandes intelectuales del momento, siempre con la mirada crítica puesta en una inoperante nobleza, en el pensamiento ignorante del vulgo, o empeñados en difundir los principios científicos, filosóficos y económicos de la Ilustración. Como se afirmaba en uno de sus números, “Es menester curar las ideas antes de hacer la guerra a las costumbres”. Los números se publicaban en forma de Discursos –que hoy entenderíamos como pequeños y breves ensayos-, y no es extraño que el periódico tuviera problemas con la Inquisición y las autoridades, pues no se ahorraban palabras duras ni adjetivos descalificadores cuando los ideales ilustrados estaban en juego:

El más humilde artesano, el más pobrecito oficial atareado al trabajo para servir a los demás, y no vivir a sus expensas, es para mí más apreciable y me parece más digno de un verdadero honor que un Caballero el más ilustre, el más honrado, el más rico, pero al mismo tiempo ocioso e inútil.

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